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  Vivir
 

¿Qué implica vivir hoy cristianamente?

La respuesta es sencilla, y aunque a primera impresión se torna profunda, su sencillez en si misma hace desaparecer toda complejidad.

La respuesta la encontramos en las palabras del Hijo Amado: que hagamos su voluntad aquí en la tierra como se hace en el cielo, que nuestra conducta diaria agrade a nuestro Padre Eterno, como le agradan todos aquellos que viven delante de Él.

Así son los días de los que queremos agradar a Dios en esta tierra, pero este diario vivir no nos exime de nada respecto a los avatares que pueden atravesar los que no quieren vivir así.

Vamos, venimos, perdemos, ganamos, reímos, lloramos. Podemos estar condicionados o complicados exteriormente aunque por dentro somos totalmente libres. Enfermamos, nos sanamos por completo, otras no y dependemos de algún medicamento o artefacto para continuar, pero nuestro interior está sano. Nos pueden asaltar o no saldar una deuda, pero lo imprescindible no nos falta.

Si el cielorraso y las paredes de la casa no se pueden pintar de celeste cielo, al fin de cuentas es todo secundario pues pese a todo, igual podemos vivir como en el cielo.

Pocos están holgados económicamente, todos trabajamos para continuar y pese a ser buenos administradores de lo que ingresa, los ahorros no son significativos, sin embargo nuestro tesoro aumenta en los cielos y allí nadie lo puede robar.

Cuando llegan las crisis, tarde o temprano todos aprendemos que el peor enemigo es uno mismo y que un día  las crisis internas tiene que llegar a su fín; como decía un pionero seguidor de Jesús, cercano al 60 D.C. : “¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?”. Aquí y ahora es donde algunos  se atreven a aferrarse al Padre Eterno y comprueban que es poderoso en el interior para librarlos y librarnos de la confusión y guardar los pensamientos con El.

Si bien necesitamos descansar como todos, nuestro verdadero reposo no es el físico sino el conservar una consciencia limpia, y remediar lo que haga falta para mantenerla así; y todo esto también es posible gracias a nuestro Padre Amado por medio de su Hijo resucitado.

No somos especiales en absoluto, humanamente somos iguales a todos, del mismo modo que el Hijo de Dios fue igual a todos nosotros cuando vivió en esta tierra. No tenemos ventajas ni beneficios alguno, y Jesús tampoco los tuvo, pese a ser el Enviado de Dios. Y si lo pensamos un poco más, El no tenía dónde recostar su cabeza, la mayoría de nosotros tenemos una cama con almohada. El solamente tenía un techo si alguien lo hospedaba, mientras que casi todos nosotros –inquilinos o propietarios – tenemos al menos una o dos habitaciones techadas. Respecto a su ropa :  una prenda ya era mucho, seguramente todos tenemos un placar o más, y mucha más ropa y calzados de lo que El tuvo. Ducha caliente en épocas frías?...(sin respuesta).
Así fueron los 3 años que estuvo abocado a la misión para la cual Dios lo envió hasta que fue sentenciado a muerte.

Sin embargo sus primeros 30 años los vivió en un entorno familiar normal, con Maria la mujer que Dios escogió para madre, José su marido y los hijos directos de este matrimonio: sus hermanos menores. Fueron 30 años en familia donde El siempre agradó a su Padre Eterno, como también todos los primeros hermanos y hermanas en la Fe de aquel entonces vivieron de igual modo pese a sus conflictos; y nosotros también podemos vivir en el mismo sentido.

El Hijo de Dios siempre vivió en paz en sus 33 años de estadía aqui. La declaración de su Padre cuando Jesús fue bautizado en el rio Jordán es muy clarificadora: “Este es mi Hijo Amado en quien tengo complacencia” evidenciando que Jesús siempre le agradó, pero a partir del Jordán su Hijo empezó a vivir situaciones que requirieron de algo más para seguir siendo fiel a su Padre.


El valor de la moneda


Toda moneda tiene dos caras bien visibles; en la vida de Jesús hay que destacar el otro aspecto, el que se evita ver..

Esta es la otra cara “de la moneda”. En palabras de Jesús, èl lo expresó así: “tomar la cruz”. En algunas ocasiones El tuvo que negarse a algo, o estar dispuesto a sufrir por seguir agradando a su Padre; pero recordemos que la constante en su vida fue la paz. Seguramente muchos de nosotros tuvimos o tendremos momentos donde tenemos que decidir si estamos dispuestos a sufrir por causa de seguir haciendo la voluntad de Dios, y cada vez que hemos decidido a favor de El siempre – a pesar del conflicto o dolor que nos pudiera causar – siempre fue la mejor decisión que pudimos tomar,  pues El nos sostuvo en esos momentos como lo hizo con su Hijo porque también somos sus Hijos amados; pasado ese período fuimos conscientes que tuvimos una paz inexplicable y estable; pese aún a lo limitados, dèbiles o expuestos que pudimos estar, igualmente “tomamos la cruz” pero todos reconocemos que aún esto tambien es gracias a nuestro Padre Eterno. Y nadie es la excepción en este aspecto, todos lo atraviesan tarde o temprano.

¿Viviéndolo cuándo?

Sencillamente podemos definirlo con las siguientes palabras, y con gran acierto:

“lo vivo mientras estoy despierto, pues cuando duermo… Dios guarda mi descanso” 

Cada día, al abrir nuestros ojos continuamos viviendo como en el cielo cuando estamos con la familia o solos, entre los que compartimos la misma fe, también entre desconocidos y conocidos. Si realmente vivimos así, este andar se nos evidenciará en nuestra estrecha relación privada con Dios y el trato diario con el prójimo…¿y dónde es esto?: cuando viajamos, cuando conducimos, en el micro, el comercio, la casa, la oficina o la fábrica, el hospital, a solas, etc., donde sea. 

Vivir así no se limita a algunos días, lugares u horarios puntuales que apartamos para expresar nuestra fe a Dios, sino que es un todo de nuestra existencia a partir del momento cuando creemos a la verdad que nos reconcilia definitivamente con Dios y empezamos una nueva vida desde el presente y para toda la eternidad con El, mediante el agua y el Espíritu.

Así lo expresaron los cristianos del primer siglo durante la época de los Romanos : “Porque en él (Dios) vivimos, y nos movemos, y existimos”.
Un médico – un seguidor de Jesús - llamado Lucas escribió un documento a mediados de los 60 D.C. que conocemos como libro de los Hechos y en el “capítulo 17” registró aquella palabras tan significativas entre ellos, como también reveladoras que denotan su importancia.

Pese a los siglos transcurridos y los cambios sucedidos, todo el universo y lo que hay dentro del mismo, absolutamente todo sigue existiendo dentro de Dios; y aquí estamos nosotros avanzando en igual dirección que ellos.

En este peregrinar cotidiano, ninguno ignora que en ciertas ocasiones las cosas no son como uno espera,  pero tenemos un Pionero igual a nosotros que atravesó las mismas vicisitudes de esta vida en una época bajo condiciones muy desfavorables respecto a la nuestra y salió aprobado en todo. Este “pionero”, el Hijo de Dios, el cual ha vuelto a la vida y habita en la eternidad tambièn habita en nosotros, y su voz de Amor, sus Palabras de ànimo y verdad, nos sostienen y nos guían a diario para vivir aquí como se vive en los cielos.

Aquí y ahora es el “donde" cada uno, de los que así lo quieren, hacen la voluntad del Padre como se hace en el cielo. Es aquí y ahora donde la vida de justicia que agrada a Dios tiene que ser mayor a la justicia de este mundo.

Donde quiera que residimos, en El vivimos, nos movemos y existimos.


 

 
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